FICHA DE LECTURA N° 11
APRENDEMOS
Realiza la lectura de los textos
siguientes considerando las actividades propuestas por el docente.
Ética para Amador
Prólogo
A veces, Amador, tengo ganas de contarte muchas
cosas. Me las aguanto, estate tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte
ya en mi oficio de padre como para añadir otros suplementarios disfrazado de
filósofo. Comprendo que la paciencia de los hijos también tiene un límite.
Además, no quiero que me pase lo que a un amigo mío gallego que cierto día
contemplaba pacíficamente el mar con su chaval de cinco años. El mocoso le
dijo, en tono soñador: «Papi, me gustaría que saliéramos mamá, tú y yo a dar un
paseo en una barquita, por el mar. » A mi sentimental amigo se le hizo un nudo
en la garganta, justo encima del de la corbata: « ¡Desde luego, hijo mío, vamos
cuando quieras!» «Y cuando estemos muy adentro -siguió fantaseando la tierna
criatura- os tiraré a los dos al agua para que os ahoguéis. »
Del corazón
partido del padre brotó un berrido de dolor: « ¡Pero, hijo mío ... !» «Claro,
papi. ¿Es que no sabes que los papás nos dais mucho la lata?» Fin de la lección
primera. Si hasta un crío de cinco años puede darse cuenta de eso, me figuro
que un gamberro de más de quince como tú lo tendrá ya requetesabido. De modo
que no es mi intención proporcionarte más motivos para el parricidio de los ya
usuales en familias bien avenidas. Por otro lado, siempre me han parecido
fastidiosos esos padres empeñados en ser «el mejor amigo de sus hijos ». Los
chicos debéis tener amigos de vuestra edad: amigos y amigas, claro. Con padres,
profesores y demás adultos es posible en el mejor de los casos llevarse
razonablemente bien, lo cual es ya bastante. Pero llevarse razonablemente bien
con un adulto incluye, a veces, tener ganas de ahogarle. De otro modo no vale.
Si yo tuviera quince años, lo que ya no es probable que vuelva a pasarme,
desconfiaría de todos los mayores demasiado «simpáticos», de todos los que
parece como si quisieran ser más jóvenes que yo y de todos los que me diesen
por sistema la razón. Ya sabes, los que siempre están con que «los jóvenes sois
cojonudos», «me siento tan joven como vosotros» y chorradas por el estilo. ¡Ojo
con ellos! Algo querrán con tanta zalamería. Un padre o un profesor como es
debido tienen que ser algo cargantes o no sirven para nada. Para joven ya estás
tú.
De modo que se me ha ocurrido escribirte algunas de
esas cosas que a ratos quise contarte y no supe o no me atreví. A un padre
soltando el rollo filosófico hay que estarle mirando a la jeta, mientras se
pone cara de cierto interés y se sueña con el liberador momento de correr a ver
la tele. Pero un libro lo puedes leer cuando quieras, a ratos perdidos y sin
necesidad de dar ninguna muestra de respeto: al pasar las páginas bostezas o te
ríes si te apetece, con toda libertad. Como la mayor parte de lo que voy a
decirte tiene mucho que ver precisamente con la libertad, es más propio para
ser leído que para ser escuchado en sermón. Eso sí, tendrás que prestarme un
poco de atención (aproximadamente la mitad de la que dedicas a aprender un
nuevo juego de ordenador) y tener algo de paciencia, sobre todo en los primeros
capítulos. Aunque comprendo que es poner las cosas bastante más difíciles, no
he querido ahorrarte el esfuerzo de pensar paso a paso ni tratarte como si
fueses idiota. Soy de la opinión, que no sé si compartirás, de que cuando se
trata a alguien como si fuese idiota es muy probable que si no lo es llegue
pronto a serlo... ¿De qué me propongo hablarte? De mi vida y de la tuya, nada
más ni nada menos. 0 si prefieres: de lo que yo hago y de lo que tú estás
empezando a hacer. En cuanto a lo primero, a lo que hago, quisiera contestarte
por fin a una pregunta que me planteaste a bocajarro hace muchos años -ya ni te
acordarás- y que en su día quedó sin respuesta. Debías tener unos seis años y
pasábamos el verano en Torrelodones. Esa tarde, como las otras, yo estaba
tecleando con desgana en mi Olivetti portátil, encerrado en mi cuarto, ante una
foto de la cola de una gran ballena, erguida y chorreante sobre el mar azul. Os
oía jugar a ti y a tus primos en la piscina; os veía correr por el jardín.
Perdona la cursilada confidencial: me sentía pringoso de sudor y de felicidad.
De pronto te llegaste hasta la ventana abierta y me dijiste: «Hola. ¿Qué estás
maquinando?» Contesté cualquier bobada porque no era el caso de empezar a
explicarte que intentaba escribir un libro de ética. Ni a ti te interesaba lo
que pudiera ser la ética ni estabas dispuesto a prestarme atención durante
mucho más de tres minutos. Quizá sólo querías que supiese que estabas ahí:
¡como si yo pudiera olvidarlo alguna vez, entonces o ahora! Pero ya te llamaban
los otros y te fuiste corriendo. Yo seguí maquinando dale que te pego y es
ahora, casi diez años más tarde, cuando me decido por fin a darte explicaciones
sobre esa cosa rara, la ética, de la que me sigo ocupando
Un par de años más tarde y también en nuestro
miniparaíso de Torrelodones, me contaste un sueño que habías tenido. ¿A que
tampoco te acuerdas? Estabas en un campo muy oscuro, como de noche, y soplaba
un viento terrible. Te agarrabas a los árboles, a las piedras, pero el huracán
te arrastraba sin remedio, igual que a la niña de El mago de Oz. Cuando ibas zarandeado por el aire, hacia lo
desconocido, oíste mi voz («yo no te veía, pero sabía que eras tú», precisaste)
diciendo: « ¡Ten confianza! ¡Ten confianza! » No sabes el regalo que me hiciste
contándome esa rara pesadilla: ni en mil años que viva podría pagarte el
orgullo de aquella tarde en que supe que mi voz podía darte ánimos. Pues bueno,
todo lo que voy a decirte en las páginas siguientes no son más que repeticiones
de ese único consejo una y otra vez: ten confianza. No en mí, claro, ni en
ningún sabio aunque sea de los de verdad, ni en alcaldes, curas ni policías. No
en dioses ni diablos, ni en máquinas, ni en banderas. Ten confianza en ti
mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el
instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía. Ya ves que esto
no es una novela de misterio, de esas que hay que leer hasta la última página
para saber quién es el criminal. Tengo tanta prisa que empiezo por descubrirte
en el prólogo la última lección. Quizá sospeches que estoy tratando de comerte
el coco y en cierto sentido no vas desencaminado. Verás, muchos pueblos
antropófagos abren -o abrían- el cráneo de sus enemigos para comer parte de su
cerebro, en un intento de apropiarse así de su sabiduría, de sus mitos y de su
coraje. En este libro te estoy dando a comer algo de mi propio coco y también
aprovecho para comerte un poco el tuyo. No sé si sacarás mucha pitanza de mis
sesos: quizá sólo unos bocados de la experiencia de un príncipe que no todo lo
aprendió en los libros. Por mi parte, quiero apropiarme a mordiscos de una
buena porción del tesoro que te sobra: juventud intacta. Que nos aproveche a
ambos.
Glosario
·
Gamberro: libertino, que comete actos escandalosos.
·
Dar la lata: Molestar, ser inoportuno.
·
Chorrada: Tontería.
·
Cargante: Que resulta pesado, que incomoda.
·
A bocajarro: A quemarropa, desde muy cerca.
·
Pitanza: Alimento, ración de comida.
Responde las preguntas tomando como referencia los textos anteriores y
las orientaciones que te brinda el docente.
1. Según el Prólogo ¿cómo NO debe ser un padre
o un profesor?
- Cargante y
excesivamente crítico.
- Bromista y
despreocupado por lo que ocurre al otro.
- Pretender
ser y comportarse como un joven.
- Indiferente
ante las dificultades de los jóvenes.
- ¿A qué se refiere el autor con la
siguiente idea extraída del texto?
“De modo que no es mi intención
proporcionarte más motivos para el parricidio de los ya usuales en familias bien avenidas”.
- Se opone a
toda forma de violencia en el hogar y la escuela.
- Sabe que
muchos hijos sienten rencor por sus padres.
- Siente
temor de la violencia que ha crecido entre los jóvenes.
- Busca no
provocar la irritación del hijo contra el padre.
- ¿Cuál es la idea temática del primer
párrafo?
- El autor
se ha propuesto contarle muchas cosas a su hijo que antes no tuvo tiempo
de decirle.
- No es
tarea fácil educar a un estudiante o a un hijo porque siempre habrá
roces.
- Aunque los
jóvenes se impacienten, tanto padres como maestros deben ser exigentes.
- Las
relaciones entre padres e hijos a veces enfrentan dificultades.
- ¿Cuáles son el tono y el propósito del
texto?
- Tono: irreverente. Propósito: Motivar la lectura del
libro y animar a confiar en los aprendizajes personales.
- Tono: jocoso. Propósito: Establecer la
intención del libro y destacar las cualidades juveniles.
- Tono: humorístico. Propósito: Señalar los contenidos
del libro y animar a leerlo.
- Tono: informal. Propósito: Diferenciar las partes
del libro y promover su análisis
- ¿Para qué se han usado los dos puntos
en la siguiente cita del texto?
“Por mi parte, quiero apropiarme a mordiscos de una buena porción del
tesoro que te sobra: juventud
intacta”.
- Para
anteceder una cita textual
- Para
anteceder la explicación o conclusión de lo que se ha afirmado.
- Para
preceder una breve enumeración de ideas.
- Para conectar dos ideas que están muy relacionadas entre sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario